Editorial por Macarena Concha.
En tiempos donde el conocimiento avanza a pasos agigantados y la tecnología transforma la vida cotidiana a una velocidad vertiginosa, la comunicación de las ciencias se posiciona como un puente indispensable entre el mundo académico y los diversos sectores de la sociedad. Pero este puente no puede construirse en una sola dirección, ni con planos genéricos. Para que sea verdaderamente efectivo, debe ser fruto de una vinculación genuina y estratégica con las comunidades a las que pretende llegar.
Comprender la comunidad, sus códigos, sus preocupaciones, su contexto, es el primer paso —y quizás el más importante— para lograr una comunicación significativa. No es lo mismo hablar frente a una sala llena de escolares que entablar una conversación con el gerente de una empresa minera. Ambos son públicos válidos, necesarios y merecen acceder a los conocimientos científicos, pero requieren formas distintas de aproximación, lenguajes diferenciados y estrategias adaptadas. Solo a través de esta comprensión profunda es posible diseñar mensajes que resuenen, que no solo informen, sino que inspiren, movilicen y generen transformación.
Más aún, la comunicación de las ciencias no puede limitarse a una entrega unidireccional de contenidos. Requiere relaciones bilaterales, vínculos cercanos y permanentes, donde quienes comunican también estén dispuestos a escuchar. Escuchar para entender las necesidades, los tiempos, las resistencias y los intereses del otro. Así se construye una narrativa compartida que no solo difunde ciencia, sino que genera impacto real en los ecosistemas sociales, económicos y culturales.
Esta capacidad de adaptarse, de vincularse y de leer los territorios, convierte a la comunicación de las ciencias en una herramienta diferenciadora dentro del proceso de transferencia tecnológica. Es, sin duda, un factor clave para el desarrollo nacional, ya que potencia tanto la participación ciudadana informada como la toma de decisiones estratégicas en el ámbito industrial. Desde quienes caminan a diario por las calles hasta quienes lideran grandes compañías, todos tienen algo que ganar —y también que aportar— cuando la ciencia se comunica de manera efectiva y situada.
En este escenario, vincular no es opcional. Es el corazón del proceso. Solo mediante un diálogo auténtico con los públicos objetivos podremos construir puentes sólidos hacia un futuro donde el conocimiento sea motor de cambio y bienestar para todos.