Desde que se integró a Asociación Chilena de Periodistas y Profesionales para la Comunicación de la Ciencia (ACHIPEC) en 2012, mientras hacía su práctica profesional en El Mercurio, Macarena Rojas Ábalos ha transitado con convicción entre la biología, la prensa y la comunicación pública del conocimiento. Hoy, como presidenta de la asociación, lidera una red clave para visibilizar los desafíos y urgencias de este campo en Chile.
Fundada hace más de una década, ACHIPEC se ha consolidado como una plataforma pionera al reunir a profesionales de distintas disciplinas, desde el periodismo y la educación hasta la museografía y el diseño, comprometidos con acercar el quehacer científico a la ciudadanía. En un país donde la institucionalidad del sector ha sido históricamente frágil, y donde la divulgación aún no se consolida como política pública, la existencia de una comunidad crítica, diversa y autogestionada ha sido vital para discutir el sentido, el alcance y las formas de comunicar la ciencia.
Rojas recuerda que su primer acercamiento al ecosistema de comunicación científica fue precisamente a través de ACHIPEC. “Me llamó mucho la atención que existiera una red que reuniera a personas con perfiles tan diversos y miradas divergentes”, señala. Esa diversidad, que en un principio le pareció simbólica, hoy la considera esencial para pensar críticamente la forma en que se comunica el conocimiento en el país.
Comunicación científica aún marginal
Uno de los principales retos que observa Rojas es que la comunicación científica siga siendo tratada como un aspecto periférico dentro del sistema de producción de conocimiento. “No se considera una función estructural, ni por las universidades, ni por la agencia de financiamiento, ni por muchas comunidades científicas”, advierte. Esto, a pesar de que la asociación se ha sostenido durante años gracias al compromiso voluntario de sus integrantes.
La fragmentación interna también representa un desafío importante. ACHIPEC agrupa a profesionales con trayectorias que van desde el periodismo y el diseño hasta el mundo audiovisual y los museos. Aunque esa diversidad es considerada una fortaleza, también implica una dificultad a la hora de articular intereses y necesidades comunes. “Debemos ser capaces de traducir esa diversidad en un piso común de colaboración, sin homogeneizar nuestras prácticas”, plantea.
A ello se suma el reto de no desaprovechar la coyuntura que ofrecen los cambios tecnológicos y culturales actuales, como la inteligencia artificial, la sobreabundancia de información o las crisis socioambientales. “Todo esto exige una comunicación de la ciencia más política, más situada y más crítica, y mi objetivo es que ACHIPEC sea parte activa en ese debate”, afirma.
La urgencia de comunicar
Para Rojas, la comunicación pública de la ciencia no puede seguir siendo opcional. “El silencio también comunica”, afirma con contundencia. “En contextos de desinformación o polarización, no comunicar es dejar que otros hablen por ti, y no siempre con buenas intenciones o con el rigor necesario”.
En su visión, el compromiso comunicacional debiera formar parte del contrato social de la ciencia. “Las investigaciones se financian con recursos públicos, se desarrollan en territorios específicos y tienen consecuencias materiales para comunidades que rara vez son parte de las decisiones. Comunicar no es solo ‘explicar bien’, sino hacerse cargo de preguntas incómodas: ¿para qué se investiga?, ¿a quién sirve?, ¿qué saberes quedan fuera?”.
Romper el centralismo, escuchar a los públicos
Desde ACHIPEC, se impulsa un enfoque más inclusivo y territorial. Uno de los avances recientes en esa dirección ha sido el primer catastro nacional de profesionales del área, que revela una fuerte concentración de iniciativas en Santiago. “Tenemos que descentralizar, construir una comunicación científica en el territorio, multiformato y colaborativa. Una que se haga con las comunidades, no solo para ellas”, sostiene.
Asimismo, hace un llamado a abandonar la visión de “la sociedad” como un bloque homogéneo que debe ser “educado”. “Esa mirada parte de una lógica deficitaria. Hay múltiples públicos, con saberes, demandas y experiencias propias que muchas veces no son reconocidas”, explica.
Con un enfoque claro y una agenda exigente, Macarena Rojas busca que la asociación no solo sobreviva como red, sino que se convierta en un actor influyente en el debate sobre el rol de la ciencia en la sociedad. “Una comunidad científica que no se comunica públicamente se vuelve opaca y autorreferente. En cambio, una que se abre al diálogo fortalece no solo la ciencia, sino la democracia”, concluye.