Vivimos en un mundo interdependiente, en el que los desafíos más urgentes, como la crisis climática, la seguridad alimentaria, la salud global o el desarrollo sostenible, requieren respuestas colectivas informadas por evidencia científica. Sin embargo, todavía persiste una desconexión estructural entre quienes generan el conocimiento y quienes diseñan las políticas públicas.
Autores como Gluckman y Ruffini han sostenido que la diplomacia científica no solo es útil, sino necesaria para construir capacidades institucionales que promuevan el uso del conocimiento científico en la toma de decisiones. Pero para que esta integración ocurra de forma efectiva, necesitamos más que voluntad política o evidencia técnica. Necesitamos una cultura de conexión, donde la confianza, el entendimiento mutuo y la narrativa compartida sean parte de una arquitectura de diálogo duradera.
En ese marco, el conocimiento de los fundamentos de la diplomacia científica se vuelve imprescindible. No como un campo meramente conceptual o académico, sino como una herramienta práctica para el desarrollo. Comprender su lógica, sus actores y sus estrategias nos permite ir más allá de los gestos simbólicos o las alianzas episódicas, y nos invita a construir relaciones sostenidas y transformadoras entre el mundo científico y el mundo político.
Pero, ¿cómo se construyen esas relaciones? ¿Cómo logramos que el conocimiento científico no solo llegue a la política, sino que incida en ella? La respuesta está, en parte, en el poder de la comunicación científica.
La comunicación científica no es solo la divulgación de contenidos complejos al público general. Es, ante todo, una práctica de mediación cultural que traduce lenguajes, conecta intereses y revela relevancias. En contextos de diplomacia científica, la comunicación se convierte en un puente estratégico que permite a científicos y tomadores de decisiones reconocerse como interlocutores legítimos, superar barreras de lenguaje técnico y encontrar objetivos comunes.
Desde esta perspectiva, la comunicación científica no debe ser vista como un complemento, sino como un componente estructural en cualquier esfuerzo por vincular ciencia y política pública. Es en el relato compartido donde nace la posibilidad de transformación: cuando logramos que una historia de datos se vuelva una narrativa de futuro, cuando un hallazgo científico se convierte en argumento de justicia territorial, o cuando un indicador se transforma en una decisión política.
Desde Sense, como equipo interdisciplinario comprometido con la vinculación entre conocimiento y sociedad, creemos firmemente que comunicar ciencia es hacer política en el sentido más amplio y profundo del término. Es participar activamente en la construcción del mundo que queremos habitar.
Por eso, hacemos un llamado abierto a investigadores, decisores, comunicadores, instituciones y comunidades: aprendamos los fundamentos de la diplomacia científica, cultivemos espacios de diálogo real y apostemos por una comunicación transformadora. Solo así podremos construir, juntos, puentes sólidos entre la ciencia y la política pública. Solo así podremos diseñar políticas basadas en evidencia, sensibles al territorio y comprometidas con el bien común.
El futuro que imaginamos necesita de estos puentes. Depende de que seamos capaces de conectar mundos que históricamente han estado distantes, pero que hoy—más que nunca—se necesitan mutuamente.
-Columna: Mauricio. El rol de la gestión de prensa. La importancia de las apariciones en medios de comunicación al momento de recibir fondos.