Editorial por Macarena Concha.
Vivimos inmersos en la era del tecnoceno, un tiempo marcado por la expansión total de la tecnología en cada dimensión de la existencia: desde cómo producimos conocimiento, hasta cómo nos vinculamos, trabajamos o imaginamos el futuro. Este término, que se desprende del debate en torno al antropoceno, propone que no solo la acción humana, sino especialmente la mediación tecnológica, ha pasado a ser el principal motor de transformación del planeta y de nuestras formas de vida.
En este escenario, la comunicación científica enfrenta uno de sus mayores desafíos históricos. La ciencia nunca ha sido tan necesaria, ni ha estado tan expuesta a la desinformación, la simplificación y la pérdida de confianza pública. La velocidad de los flujos digitales, el algoritmo como curador de realidad y la saturación informativa nos obligan a repensar cómo narramos el conocimiento científico, cómo lo hacemos parte de la cultura común y cómo recuperamos su capacidad de inspirar, orientar y transformar.
Hoy comunicar ciencia no es solo divulgar resultados o traducir conceptos complejos. Es construir puentes entre disciplinas, territorios y lenguajes; es activar conversaciones sobre el sentido de lo que investigamos y para quién lo hacemos. En la era del tecnoceno, comunicar ciencia implica también re-humanizar el conocimiento, visibilizar los procesos, las personas y los territorios que lo hacen posible, y proponer formas más participativas, sensibles y éticas de relación entre saber y sociedad.
Desde Sense, entendemos la comunicación científica como una práctica de vinculación y cuidado. Como una manera de abrir la ciencia al mundo, pero también de abrir el mundo a la ciencia —para que los desafíos que nos atraviesan, desde la crisis climática hasta la inteligencia artificial, sean narrados con rigor, imaginación y responsabilidad colectiva.