Ciencia que se ve, ciencia que crece

Mauricio García Pérez

Hablar de ciencia en los medios de comunicación es una necesidad urgente si aspiramos a una sociedad que piense, cuestione y decida con información. En tiempos donde las opiniones circulan con la misma fuerza que los hechos, abrir espacios para comunicar ciencia, de manera clara y cercana, se vuelve un acto de responsabilidad colectiva.

Durante mucho tiempo, la ciencia ha habitado en circuitos cerrados: papers, congresos, laboratorios. Pero mientras ese conocimiento permanece encerrado, afuera se toman decisiones que afectan la salud pública, la educación, el medioambiente o las tecnologías que usamos a diario. La desconexión entre saber y ciudadanía debilita la democracia. Por eso, la divulgación científica no es un asunto decorativo: es parte del desarrollo de una masa crítica que pueda comprender y participar activamente en los desafíos de su tiempo.

Para que eso ocurra, necesitamos más ciencia en los medios. No solo cuando hay pandemias, eclipses o desastres naturales, sino como parte del pulso cotidiano. La ciencia no es un tema esporádico, es una dimensión constante de la vida. Cuando periodistas especializados trabajan codo a codo con investigadoras e investigadores, no solo se construyen mejores relatos, también se libera a los científicos de una presión adicional: la de tener que explicar y visibilizar su trabajo sin las herramientas, ni el tiempo, ni el formato necesario. La colaboración entre comunicación y ciencia permite que el conocimiento fluya con rigor, pero también con sensibilidad y pertinencia.

En una época de sobreinformación, comunicar ciencia es también disputar atención, generar confianza, instalar temas, traducir lo complejo sin traicionar su profundidad. Para eso, no basta con buenos datos. Hace falta narrativa, contexto y estrategia. Y eso no debería recaer solo en los equipos de investigación.

Democratizar el conocimiento científico significa entender que la ciudadanía tiene derecho a saber, y que la ciencia tiene el deber de contarse. Pero ese puente no se construye solo. Requiere voluntad institucional, financiamiento, formación en comunicación, y una apuesta decidida por hacer de la ciencia parte de la conversación pública.

Porque una ciencia que se comunica es una ciencia que se defiende, que se valora, que crece. Y cuando eso ocurre, no solo gana la academia. Gana toda la sociedad.